jueves, 14 de enero de 2010

El Capirote Guardado





Estás allí rígido al fondo del baúl de todo nazareno. Llevas demasiado tiempo sin poder alzarte contra el cielo sevillano en ese rictus de respeto y de hazaña. En tu tela el olor de la cera quemada y del incienso de Cristo hacen que rezume un olor tan reconocible que al pasar cerca del baúl uno se transporta a esa carrera oficial recorrida en tantas “madrugás”
Escuderos del Señor de Sevilla, del Dios de todos los hombres, de ese Dios hecho madera que camina elevado entre saetas y llantos. Poder acompañarle en esa estación de penitencia que cumples por todos los hombres es el honor más grande que un fiel puede experimentar. Cruzar la puerta de palos en tu retaguardia, mirando tu cruz, es el mejor momento del mundo, en esa catedral oscura orando hombro con hombro, sosteniendo nuestros cirios para iluminar el camino que tus santos pies recorren…
El Gran Poder, que nombre más exacto para llamar a Dios. Tú rosto taciturno de dolor y cansancio ha escuchado millones de oraciones, ¿quién no aprieta el escudo de armas de tus hermanos y se siente reconfortado?
Eres el guía de nuestra oscuridad y nuestros miedos desaparecen al pensar en tu bondad, permite que este humilde fiel tenga las fuerzas necesarias para acompañarte de “madrugá” por las calles sevillanas, vestirse de nazareno para cumplir estación de penitencia a tu vera y volver a mancharse la túnica de la cera de tus velas.

1 comentario:

  1. Eras toda luz que pudiera necesitar, eras todo comprensión, todo paz.
    La casa estará vacía sin ti, no habrá motivo por el que llegar.
    Cuanto deseo que allí donde estés recibas el mismo amor que tú das.
    Tus ojos miel iluminaban al andar, tu carácter fiel llenaba toda noche de oscuridad.
    Me acompañaste muchas de ellas, yo te acompañe a buscar tu muerte, hay un antes y un después; solo deseo verte.
    No hay más lagrimas que pueda derramar, ni más alegría que la de volverte acariciar.
    Mi niña siempre serás.

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